Los acuerdos de Doha
La Cumbre del Clima de Doha, en Catar, fue
más de dos semanas de frustrantes negociaciones a la cual asistieron los
representantes de 190 países y ONG. En solo tres minutos, y sin dar la palabra
a los países discrepantes, Abdulá bin Hamad al Atiya, viceprimer ministro de
Catar y presidente de la Cumbre del Clima, tomó la directa, enunció a toda
velocidad el largo texto de cada uno de los acuerdos preparados y, sin levantar
la vista, soltó: “No oigo objeciones, así que está decidido. Queda aprobado”. Y
golpeó el mazo.
Asi, la Cumbre acordó prorrogar hasta 2020 el
Protocolo de Kioto, cuyo primer periodo de cumplimiento expira en a final de
este año. En 1997, el tratado exigía una
reducción de las emisiones en 2012 de un 5,2% respecto a 1990 para 35 países
desarrollados, entre los que no estaba EE UU porque no lo ratificó. Ahora se
retiran Japón, Canadá y Nueva Zelanda. Así solo quedan con obligaciones la UE,
Australia, Noruega, Islandia, Croacia, Kazajistán, Noruega, Liechtenstein y Mónaco.
Solo suman el 15% de las emisiones mundiales. La UE se compromete a reducir en
2020 un 20% sus emisiones respecto a 1990. Actualmente emite un 18,5% menos por
lo que está muy cerca y además tiene el objetivo en su legislación. La prórroga
permite mantener los mercados de carbono, como el mecanismo de desarrollo
limpio. Aunque formalmente no se cancela el llamado “aire caliente”, el exceso
de emisiones que los países del Este de Europa lograron por el hundimiento de
la industria soviética, en la práctica se reduce drásticamente su uso con un
procedimiento gradual de cancelación.
El texto señala que todos los países buscarán
tener, en mayo de 2015, un borrador de un nuevo acuerdo climático que en 2020
sustituya a Kioto. Ese pacto debe ser aprobado en diciembre de 2015 en París,
pero aún no está claro si será “un protocolo, otro instrumento legal o un
acuerdo con fuerza legal dentro de la Convención de Naciones Unidas de Cambio
Climático”. El texto señala que debe ser “aplicable a todos los miembros”, lo
que incluye a EE UU, China, India…, que hasta ahora no tienen obligaciones.
Debido a la difícil situación económica en EE
UU y Europa, el acuerdo queda casi vacío de contenido en la financiación de los
países ricos entre 2013 y 2015, periodo para el que los países en desarrollo
pedían 60.000 millones de euros, el doble de lo del periodo anterior. El
acuerdo extiende los trabajos un año más.
Los países más vulnerables al cambio
climático, especialmente los pequeños Estados insulares, han insistido en crear
un mecanismo al que acudir en caso de eventos extremos relacionados con el
cambio climático. Argumentan que EE UU ha destinado 60.000 millones de dólares
(46.000 millones) a paliar los daños del huracán Sandy y que ellos no pueden
hacerlo. El texto admite que “hay que reforzar la cooperación internacional” en
la materia. Los países en desarrollo, especialmente EE UU, se niegan a crear un
nuevo organismo en la ONU, entre otras cosas porque ya hay un Fondo Verde del
Clima sin dinero pero con oficina y argumentan que hay instrumentos de sobra
para mover ayuda internacional en caso de catástrofe. El acuerdo lo deja todo
abierto para el año que viene pero pone el tema sobre la mesa.
Va sin decir que ese acuerdo no satisface a
los ecologistas. De hecho, no basta. Si los países más contaminantes no quieren
hacer más esfuerzos, la situación irá empeorando cada año. De aquí al 2050, ya
se estima entre 50 y 500 millones el número de refugiados medioambientales,
personas que tendrían que migrar por culpa del cambio climático. Cada día vemos
imágenes de glaciares que hunden, selvas que desaparecen o animales que mueren.
Pienso que el ser humano necesita cambiar de
mente, dejar de ser egoísta y centrado en sí-mismo, ávido de riquezas. No
podemos seguir consumiendo y destruyendo así. No podemos dejar el dinero
dirigir a nuestro mundo. Creo que una vuelta hacia la naturaleza es necesaria.
Cuando digo eso, no pienso en vivir como en la Prehistoria, pero en poner lo
natural ante de lo artificial, poner las prioridades en lo que es realmente
necesario. Creo que, incluso sin ser ministros de la ecología, cada uno puede
hacer pequeñas cosas, pequeños esfuerzos o “sacrificios” para nuestra Tierra. ¿Quien necesita
realmente comer pescado de Chile, o fresas de África, cuando tenemos nuestras
frutas y carnes en nuestras regiones? ¿Quien necesita su coche para ir a unos
pocos kilómetros de su casa? Quien necesita poner calefacción cuando basta
ponerse un jersey? ¿Quien necesita luz en una habitación donde nadie está? ¿Quién
necesitará dinero cuando no tendremos los recursos naturales necesarios para
vivir?
Pese a lo que muchos dicen, nuestro
comportamiento no destruye a nuestra vieja Tierra, sólo le hace daño. Incluso
si tarda millones de años en curarse, el Planeta sobrevivirá. Puede vivir sin
nosotros, pero nosotros no podremos sobrevivir sin ella.
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